Quiero compartir este análisis sobre la obsecuencia sin limites del peronismo hacia CFK....
“Cristina Fernández viuda de Kirchner, detrás
del atril”.
Por ROGELIO ALANIZ (*)
Se dice que cuando a Arturo Illia le pedían que usara la cadena
nacional para dar a conocer sus puntos de vista, recordaba que siendo muchacho
había viajado a Europa para perfeccionarse en su profesión y allí había
conocido la propaganda de los regímenes fascistas, la propaganda del balcón y
de la radio.
Illia no quería verse reflejado en ese espejo y así como la única
vez que recurrió a los fondos reservados fue para pagarle el viaje a París a un
grupo de teatro independiente que había ganado una beca, a la cadena nacional
la usó una sola vez durante su presidencia.
Esa lección republicana, al actual oficialismo no le dice
absolutamente nada o, en todo caso, le provoca una sonrisa irónica con algún
comentario vulgar acerca de la tontería de los políticos de antes.
La sonrisa irónica se transformaría en ruidosa carcajada burlona si
se enteraran de que alguna vez Illia sostuvo que había que desconfiar de una
democracia donde el presidente dice lo que se le antoja o se cree el personaje
más importante del país.
¿Cómo se puede decir semejante estupidez? ¿Cómo se puede creer en
semejante estupidez?
Como dijera alguna vez Menem con su avasallante realismo: “Quiero
ser Presidente para ser importante”.
La frase la firmarían varios, empezando por “la Viuda del Calafate”.
Ser presidente para disponer de poder.
Del poder para darse todos los gustos.
Así se hace. Así se debe hacer.
¿Y los pobres? ¿Y la justicia social?
Como dijera Talleyrand, “Por favor, no me hagan preguntas tontas que
no puedo reírme en público”.
Los años no han transcurrido en vano.
El balcón del demagogo se mantiene en Venezuela, pero en la
Argentina ha sido desplazado por la más modesta cultura del atril.
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Perón con el dictador Somoza |
Lejanos parecen los tiempos en los que Perón, por ejemplo, se lucía
en el balcón con Somoza y amistosamente competían entre ellos para ver quién
excitaba más con sus palabras a ese objeto de devoción de todos los demagogos
de la historia: la masa, la gran masa del pueblo.
Dicho sea al pasar: las fotos de Perón y Somoza son de una belleza
conmovedora. Inspiración poética en el más puro sentido de la palabra. Algo parecido
podría decirse de las escenas con Trujillo. O de ese instante sublime para la
causa latinoamericana y tercermundista, cuando Perón decidió condecorar al
general Pinochet con la “Orden de Mayo”.
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Perón con Trujillo |
Los tiempos han cambiado y por más fantasías carismáticas que se
quieran acariciar, la gran escena pública sólo alcanza para el atril y la sala:
en el atril la presidente, y en la sala, una singular platea de ministros,
colaboradores y políticos oficialistas cuya exclusiva tarea es sonreír y
aplaudir a la señora.
El espectáculo es digno de verse.
La señora practica con absoluto desparpajo lo que se conoce como el
ejercicio gratuito de hablar.
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Perón con el genocida Pinochet |
De esta chica pueden decirse muchas cosas, menos que no se haya dado
todos los gustos. Habla, hace mohines, coquetea con el público, chichonea a los
amigos, reta, se enoja.
El sueño de toda piba de barrio realizado a plenitud.
Los hombres rendidos a sus pies; y ella, interpretando en el plano
superior de la tribuna los más diversos roles: viuda, madre, militante, chica
de su casa. Roles que hacia el futuro siguen abiertos.
Todo es posible cuando nadie contradice, nadie contrasta o nadie
intenta, aunque más no sea, un tímido contrapunto.
Lo digo con sinceridad: hace casi cincuenta años que sigo
diariamente los avatares de la política y nunca me tocó presenciar un espectáculo
semejante.
La cultura del atril es sin duda el gran aporte que los Kirchner han
hecho a la comunicación de masas.
No recuerdo en el pasado algo parecido y no creo que en el futuro
alguien se anime a tanto.
Imagino las objeciones.
“Hay cosas más importantes”, “no nos detengamos en las
frivolidades”, “critiquemos las cosas de fondo”.
A Oscar Wilde se le atribuye haber dicho que la profundidad está en
la superficie. Compartido o no, Wilde sabía de lo que hablaba.
De todos modos, no es un tema menor de la política que la señora use
la cadena nacional una vez a la semana para impartir sus curiosas lecciones de
civismo político.
A los que así no lo creen, les advierto que para ellos podrá ser un
tema menor, pero no para la señora, que prepara esas intervenciones durante
toda la semana.
La comunicación política, la puesta en escena, la estética de los
mandatarios, nunca es un tema menor.
En política no hay temas menores o mayores: hay temas.
Y lo que distingue una cosa de la otra es el modo de abordarla.
Se puede ser profundo indagando sobre la estética, y muy frívolo
reflexionado sobre los índices de crecimiento de la economía. O a la inversa.
Las identidades culturales de los pueblos, se constituyen en la
interacción de lo cotidiano. Y en ese universo todo es importante.
Mentir, exagerar, equivocarse o irse por las ramas es una tentación
que puede estar presente en todos los casos.
Pero a la hora de la reflexión política, lo que importa es indagar
acerca de cómo se constituye el poder. Ése es el tema.
Hay mucha tela para cortar al respecto, pero no está de más saber
que el poder circula por todos lados: por la economía, la sociedad, la
política; pero también, por los cuerpos, los vestuarios, las palabras.
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Cristina F. de K. y su vice |
La cultura del atril es una cultura del poder.
El lenguaje de la señora es una señal inequívoca del poder.
Esa platea obsequiosa y obediente es una manifestación de poder.
No hablo de modas, vestuarios y gestos. Hablo del poder.
Del poder tal como pretende ejercerlo la señora.
¿O lucir un vestuario de cincuenta mil dólares no es acaso una
manifestación de poder?
La puesta en escena de la cultura del atril pretende identificarse
con los cánones del realismo.
La intención es hacernos creer que lo que allí sucede es lo
verdadero. Y la primera noción de verdad es la señora con sus palabras.
Permiso para una digresión. Modestamente, creo que más allá de las
intenciones, el escenario está más cerca del kitsch que de otra cosa.
El lenguaje, el vestuario, la gestualidad, los tonos de las voces,
adscriben a la cultura del kitsch en sus versiones más populares.
Los personajes parecen salidos más de la pluma de Manuel Puig que de
alguno de los puntales del realismo.
La señora muy bien podría ser Nené de “Boquitas pintadas” o alguna
heroína del “Beso de la mujer araña”.
Carece de ese halo vital de barrio y noche que tenía Tita Merello,
aunque no se debe descartar que sea hacia esos modelos donde ella tienda a
inclinarse de manera inquietante. Sobre todo cuando habla de “Él” e insinúa el
inicio de una sesión de espiritismo.
Como en todas las ficciones, correspondería advertir que cualquier
semejanza con la realidad es pura coincidencia.
¿Ejemplos? La autopropaganda pretende sostenerse sobre la base de
cifras y datos. Pueden ser ciertos, como no. La única manera de saldar esa duda
sería contrastando los números, una posibilidad que la señora no permite.
La puesta en escena en ese sentido es exigente: nadie del público
puede intervenir.
La tarea de la platea es escuchar. Y aplaudir.
La señora no habla, divaga.
Sus palabras recorren las diversas zonas de la realidad con la
certeza y la seguridad de que nadie las objetará.
¿Y no es así en todo el mundo? No. No es así en todo el mundo.
En los países civilizados, la máxima autoridad política se somete a
la interpelación pública o a la conferencia de prensa. Ninguna de esas
preocupaciones parece atormentar el espíritu de “la Viuda del Calafate”.
Tan importante como el atril es la platea.
Según se sabe, para participar de esa selectiva élite del poder los
protagonistas se esfuerzan por hacer buena letra toda la semana.
La caligrafía incluye las más diversas y estrafalarias modalidades
de la obsecuencia. Todo está permitido con tal de obtener el permiso para estar
sentado en la platea.
A las exigencias nadie las pregunta porque todos la conocen:
aplaudir y sonreír. Sobre todo cuando los enfoca la cámara.
Los argentinos podemos quejarnos del espectáculo, pero no podemos
desconocer que es inédito.
No conozco ejemplos en el mundo que se le parezcan.
Si alguna semejanza es posible rastrear, esa pertenece a la
tradición peronista.
Sólo el peronismo ha logrado la hazaña cultural de transformar a la
obsecuencia y la alcahuetería en solemnes virtudes políticas.
Recuerdo el gesto orgulloso de Cámpora jactándose de su condición de
obsecuente.
O la expresión de felicidad de Rucci sosteniendo el paraguas del
jefe en Ezeiza.
O el espectáculo grotesco de los dirigentes del CGT parándose o
sentándose cada vez que Perón lo hacía.
Pues bien: la cultura del atril pertenece a ese “relato”.
¿Hay otro?
Tal vez el que intentó representar Illia, cuando decía: “No le
tengamos miedo a la ley. Es la única autoridad no totalitaria”.
¿Interesante, no? Pero ya se sabe que el viejo Illia siempre se
distinguió por decir estupideces.
(*) Rogelio Alaniz es columnista y editorialista del diario
El Litoral de Santa Fe (Argentina). Es periodista de LT10 Radio Universidad
Nacional del Litoral. Actualmente, se desempeña con docente de Historia en la
Universidad Nacional del Litoral.
Tiene cinco libros editados:
La Década Menemista. Santa Fe, Universidad Nacional del
Litoral, 2000
Hombres y mujeres en tiempos de revolución: de Vértiz a
Rosas. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral
Aquellos fueron los días. Santa Fe, Ediciones UNL.
2002. (novela)
Hombres y mujeres en tiempos de Progreso. De Roca a
Sáenz Peña. Santa Fe. Ediciones UNL y Rubinzal Culzoni Editores.
Hombres y mujeres en tiempos de orden. De Urquiza a
Avellaneda. Santa Fe, Ediciones UNL, 2006